¡Ser buenos conocedores del ser humano constituye una ancha avenida para nuestra dicha! ¡Ser malos conocedores de los demás, hunde nuestra existencia en confusiones y empobrece nuestras relaciones interpersonales!

Conocer la “condición humana” es el conocimiento más importante que podemos lograr. Éste incluye un saber amplio sobre los sentimientos, emociones y actitudes de una persona. “El corazón –escribió Pascal– tiene sus razones que la razón no conoce”: conocer a los demás es un conocimiento del corazón.

Para conocer a una persona nos resulta indispensable agudizar nuestro oído interior: captar con claridad los gestos, palabras, tonos, sentimientos y rasgos del carácter de quien queremos conocer. Es a través de las expresiones del espíritu del otro como podremos entrar a su interior.

Jamás podremos conocer a alguien cuando tratamos de manipularlo y obtener de esa persona un beneficio de cualquier clase. Para comprender los rasgos esenciales de una persona, tendremos que respetarla en lo absoluto. Nunca intentar forzar las ventanas de su alma, sino con todo cuidado, partiendo de pequeños conocimientos aislados de su carácter, ir tirando de la punta con cuidado, la madeja compleja de sus sentimientos y posturas.

Frecuentemente, cuando anhelamos “realmente” saber cómo es una persona, nos topamos con una fachada que es meramente artificial y que no corresponde a su verdadero ser. Su fachada la usa inconscientemente como un mecanismo de defensa para proteger lo que esa persona considera sus “debilidades”.

Para un mal conocedor del ser humano, esa fachada lo confunde, pues no sabe que la misma persona que la ostenta, cree que así es en la realidad. El buen conocedor de la condición humana rápidamente se da cuenta que la fachada no es más que eso: una fachada. En una sola plática con esa persona, se dará cuenta de su postura artificial, lo que probablemente no ha podido descubrir ni la misma persona que la padece.

Lo “que” dice una persona es importante, pero más lo es “cómo” lo dice, y también lo que calla. Hay personas a las que hemos tratado durante años y que no conocemos lo más mínimo de su carácter. En cambio – y esto nos ha sucedido a todos – nos puede bastar una sola conversación “íntima”, para conocer en alto grado a una persona.

Decimos, que se dio una “química” entre los dos. Sí, es la química del encuentro en que las pieles de las dos almas se tocaron. Debemos hacer un esfuerzo permanente para conocer intensamente a muchas personas. Solamente teniendo el interés de asomarnos al alma de otros, nos convertirá en buenos conocedores del ser humano. Y ningún otro conocimiento será más importante para nuestra vida.

El mal conocedor de los demás es, incuestionablemente, un pésimo conocedor de sí mismo. Solamente podemos conocernos a nosotros mismos a través del conocimiento del “corazón” de los demás. Pero esto jamás podremos lograrlo si nos mueven intereses diferentes del conocimiento “puro” del otro.

Los ventajistas, manipuladores, embaucadores, podrán explotar las debilidades de los demás, pero jamás lograrán ser conocedores del corazón humano. Un ventajista y manipulador cuando necesite aconsejar sabiamente a un hijo, amigo, o cualquier persona, será absolutamente incompetente para bridarle su consejo. Sólo puede aconsejar el que conoce los pliegues más sutiles del alma humana.

Con frecuencia, nos encontramos con personas tímidas a las que realmente queremos conocer, pero nos encontramos con una serie de actitudes y comportamientos que podrían confundirnos si no afinamos nuestro “oído interior”, que funciona eficazmente sólo cuando estamos dispuestos a “comprender” los delicados rasgos del tímido. Y en otros sentidos, nos pasa lo mismo cuando queremos adentrarnos en el corazón del colérico o del melancólico, por citar varios ejemplos.

Toda persona tímida cree ciegamente que puede fácilmente ser herida en sus más frágiles sentimientos. Habla en voz baja, prefiere permanecer callada en vez de hablar con firmeza. Su timidez la sonroja con facilidad. De alguna manera, vive su vida de una forma temerosa, pues se siente permanentemente amenazada por el mundo exterior.

“Un análisis más meticuloso-nos dice el psicoanalista Josef Rattner– nos muestra que la persona tímida enfoca por lo general, de una manera equivocada a las personas y a las situaciones. Es propensa a la desconfianza, al pesimismo, duda de la buena intención de los demás, subestima sus propias fuerzas y sobrevalora las exigencias que se le formulan…”.

Ante una persona tímida, debemos otorgarle confianza, declarar expresamente nuestras buenas intenciones; y de manera muy respetuosa y delicada, alentarla en sus proyectos. Impulsarla a la acción y a tomar riesgos, es saludable en todos sentidos.

El conocedor del ser humano deberá tratar a una persona tímida, con una profunda delicadeza. Solamente así podremos ganarnos su confianza. ¡Veamos ahora, el grave error que cometen los padres con sus hijos tímidos! La violencia que ejercen contra sus hijos crea un desastre en sus relaciones. La timidez debemos tratarla como a una flor delicada: tomarla cálidamente entre nuestras manos, pero no dañar en lo mínimo, ninguno de sus delicados pétalos.